BLOG LITERIO DE MARIO PÉREZ ANTOLÍN







martes, 15 de enero de 2008

LLEGÓ LA NAVIDAD

Llegó la Navidad, y con ella: Las pantagruélicas cenas de empresa donde la fraternidad y la concordia fingida arrinconan por unas horas el mobbing laboral y la lucha despiadada por la selección profesional de la especie.
La compra compulsiva de objetos inútiles en dosis antidepresivas que alivian momentáneamente nuestra frustración y empobrecen aún más una cartera que a duras penas aguanta las dentelladas del IPC, del EURIBOR, del IRPF, y demás depredadores del bestiario económico.
El debate y aprobación de unos presupuestos que para unos son realistas, sociales e inversores, y para otros, injustos, continuistas y despilfarradores; aunque, si se mira con atención los grandes números y la letra pequeña de las distintas alternativas, se parecen como dos gotas de agua. El teatro del mundo obliga a cambiar el embase y mantener la sustancia.
El estreno de películas donde Papa Noel demuestra que el histrionismo y desfachatez, como el saco que lleva sus regalos, no tiene límites. Se conoce que nuestra capacidad de embobamiento es la única facultad en continua y permanente expansión. Si alguien creía que con el subgénero de la comedia romántica actual se había tocado fondo, que valla a ver una de estas martingalas que es capaz de anularte un millón de neuronas en cada pase.
Un nuevo intento fallido por ingresar en el restringido club de los que no tienen que madrugar, ni fichar, ni aguantar al jefe. Ese olimpo ideal que vemos en la telerealidad, y en el que sólo conseguiremos entrar si nos toca la lotería de navidad, algo tan improbable como deshacerse de la incómoda presencia en el pequeño salón doméstico del omnipresente abeto plastificado. Por el momento, y hasta que cambie nuestra suerte, nos daremos con un canto en los dientes si conseguimos acertar en la pedrea o en alguna terminación, recuperando, en el mejor de los casos, lo invertido para volver a palmar, y esta vez, definitivamente, en la lotería del niño.
El alubión de felicitaciones que podemos dividir en tres tipos: Las que encubren un reclamo publicitario y van directamente a la basura; las de aquellos amigos de los que casi ya no nos acordábamos, estas aguantan un par de semanas, a lo sumo, decorando la mesita del rincón; quedan, por último, las familiares, esas sobre las que nadie quiere tomar una decisión, no sea que abra la caja de los truenos, y por eso seguirán rodando durante meses, de aquí para allá, hasta que algún valiente se atreva a guardarlas en el trastero con el resto de la decoración navideña.
La Navidad ya está aquí, es imposible no darse cuenta y escapar a su influencia. Con el tiempo, y un poco de estoicismo, conseguiremos adaptarnos a su implacable rutina. Los buenos deseos este año, y los próximos, se extinguirán cuando quitemos el Nacimiento.

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