BLOG LITERIO DE MARIO PÉREZ ANTOLÍN







lunes, 3 de diciembre de 2007

ROTONDAS ESCULTÓRICAS

Considerar la escultura como un simple adorno o aderezo que complementa el mobiliario urbano demuestra la estrechez de miras del que tal cosa defiende. Cualquier manifestación artística entabla un dialogo provechoso con su entorno, formando un conjunto en constante tensión que modifica el reconocimiento y la valoración de ambos.
Después de dar un breve paseo por nuestra ciudad, uno tiene la sensación de que, no sabiendo muy bien que hacer con sus esculturas, el Ayuntamiento ha decidido diseminarlas, a la buena de Dios, en unos lugares totalmente inapropiados para que no molesten demasiado. Se necesita tranquilidad, contemplación, cercanía, a la hora de deleitarse con una obra de arte, y nada de ello es posible encontrarlo en el tráfago que rodea las rotondas. Resulta, cuando menos, extraño, que una ciudad patrimonio de la humanidad que ha hecho de la peatonalización de su casco histórico un objetivo prioritario, decida colocar sus esculturas fundamentalmente en las principales arterias del tráfico rodado. Dislates de este tenor, son, por desgracia frecuentes en nuestra ciudad, y demuestran, siendo bien pensado, la falta de sensibilidad estética de quienes gestionan la cultura igual que la planta de saldos de unos grandes almacenes.
Tratándose de arte, la calidad no se mide en metros, por lo que no debiéramos permitir que siempre el gigantismo condicione la ubicación. Hay plazas recoletas y rincones apacibles donde una pequeña estatua puede realzar inopinadamente los atributos urbanísticos de un paraje. Por el contrario, algunas veces, una propuesta absurda puede convertirse en una afrenta y un puñetazo de mal gusto en la parte más sensible de nuestro espíritu; no quisiera dar ejemplos, pero no me resisto a señalar con mi dedo acusador la torpe reproducción, a manera de enorme souvenir, de una figura zoomorfa que decora, como no, una rotonda de la zona sur de la ciudad.
En otras ocasiones hay espacios centrales y significativos de Ávila que están pidiendo a gritos una instalación escultórica, tanto más necesaria, cuanto que una reciente remodelación ha despejado de obstáculos las perspectivas visuales, y que, por no se sabe que extraña razón, nadie toma la decisión apropiada. Me refiero a la Plaza del Mercado Chico que después de la peatonalización y de estrenar un nuevo pavimento ha quedado en condiciones inmejorables para que un gran escultor contemporáneo utilice nuestra ágora como escenario donde mostrar su talento.
Y puestos a pedir, me atrevo a lanzar la siguiente sugerencia; que el motivo representado sea un homenaje a Tomás Luís de Victoria, cumbre de la polifonía renacentista y precursor del lenguaje musical barroco. Justo es que si Santa Teresa tiene El Grande, nuestro músico más eximio tenga el chico, pues, no por casualidad, son los mejores embajadores culturales de Ávila en el mundo.

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