Las dos cruces de Punta Rancuda
son de granito como la roca
de los acantilados gallegos.
Están mirando al mar como el faro
que guía de vuelta a los pesqueros,
y esperan recibir inmutables
el alma de nuevos argonautas
durante un día de temporal,
mientras las nubes apocalípticas
y el viento se adueñan de la costa,
y sólo las gaviotas arañan
el damasco negro de la noche.
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