BLOG LITERIO DE MARIO PÉREZ ANTOLÍN







lunes, 5 de noviembre de 2007

LA COLA Y LA MANO TORPE

Ávila se ha beneficiado durante estos últimos años de su postergación levítica. Me explico; en una época en que casi todo estaba manido, trillado y saturado, aparece una joya por descubrir a poco más de cien kilómetros de Madrid, con un grado de conservación, por mor de su inveterada atonía, francamente envidiable. Lo que durante siglos fue una rémora que cercenaba cualquier iniciativa de progreso, se convirtió en una oportunidad turística que, bien aprovechada, podría convertirse en el motor de arranque que permitiera el despegue de nuestra ciudad.
Pero no hay bien que cien años dure, y está claro que no se puede vivir siempre de las rentas. El factor sorpresa y novedad es sumamente perecedero, y dura hasta que el mercado, en este caso los visitantes, han tenido la ocasión de descubrir y admirar una belleza tan bien guardada. Por lo demás, consideremos que el turismo, por definición, tiene una impronta consumista bien marcada, casi de usar y tirar. Una vez que se sacan las fotos y se engulle el menú típico, uno ya no se acuerda de lo que dejó atrás. Hay que buscar nuevas piezas que cobrar en la cacería del souvenir con las que deslumbrar a los amigos en las soporíferas veladas vespertinas de los sábados. No se prodigan los viajeros diletantes y contemplativos en los viajes organizados de fin de semana.
La capacidad de atracción de Ávila, salvo que se organicen y programen actividades culturales y de ocio con la calidad suficiente como para merecer la presencia de público forastero, terminará tocando techo, y será inevitable que las cifras de visitantes se reduzcan de una forma progresiva describiendo la conocida curva de demanda.
Otras ciudades monumentales de interior que nos llevan delantera, y que pasaron por lo que estamos ahora experimentando, tuvieron que, como nosotros, en un primer momento mejorar y renovar los equipamientos y las infraestructuras turísticas, para, en un segundo momento, cuando la mayoría ya se hubo extasiado con su patrimonio, diseñar un plan permanente de eventos artísticos y recreativos de primera línea, capaces de tentar y hacer volver a los foráneos, ampliando, a ser posible, la estancia. Sería dramático que, después del enorme esfuerzo que han hecho las instituciones y los empresarios con el fin de poner al día el patrimonio, la hostelería y la promoción, por la falta de ímpetu y ambición en las actividades complementarias, se produjera un parón, o peor todavía, un declive, en una de las posibilidades de negocio más prometedoras.
Hasta ahora, lo que se está haciendo en este ámbito no pasa de lo mediocre y ramplón en la mayoría de los casos. No vale ni siquiera como consumo interno, tanto menos como reclamo de turistas, teniendo en cuenta la competencia feroz de festivales, exposiciones y otros actos que mensualmente se ofertan en las ciudades del entorno.Entre los muchos fallos que el responsable del área debiera solucionar, escojo éste, por lo obvio del caso: Cuando alguien de Madrid, es un ejemplo, quiera conseguir una entrada de cualquiera de las actuaciones que se programan en Ávila, se encontrará con que resulta una tarea imposible porque, aunque parezca mentira, todavía aquí no se pueden comprar por teléfono o Internet. ¿Será que la cola forma parte del tradicionalismo de nuestras costumbres o será que una mano negra, quizá torpe, hace todo lo que está en su mano para que las cifras de visitantes empiecen a bajar?

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