BLOG LITERIO DE MARIO PÉREZ ANTOLÍN







domingo, 2 de marzo de 2008

EL ÁVILA NEGRA DE SOLANA

Solana dedica un capítulo a Ávila en su obra fundamental y más representativa “La España Negra” de 1920. El negro es el color emblemático, no sólo de la paleta del pintor, sino del ánimo expresivo con que el escritor se acerca a la realidad nacional de su tiempo y es que como señala Camilo José Cela, Solana estaba más interesado por lo cierto, que por lo bello; esta falta de aderezos superfluos o de eufemismos que endulcen una realidad descarnada y hostil, hace que el realismo esencialista y misterioso pueda parecer una distorsión expresionista para cualquiera que desconozca el panorama social de la época. Ciertamente Solana escoge unos lugares, unos personajes y unos temas que le interesan frente a otros, porque su intención no es el análisis sociológico u antropológico, que debe desvelar las tendencias mayoritarias y representativas de un grupo, antes al contrario, pretende pasar su alma apasionada y delicada por una galería de tipos y situaciones que muestren el sentido arcano de la vida y las constantes más propias de una forma de entender el drama inquietante de las pasiones y las razones en un país tan dado a los extremos y los excesos.
El ambiente que todavía domina en la ciudad que visita Solana es claramente el rural, apreciando el contraste en las primeras edificaciones que ve, entre la “míseras casas” y “las mansiones fortificadas”. La Calle San Segundo todavía tiene las “pequeñas casas pegadas a la muralla” y en la catedral destaca su “torreón guerrero”. Es de reseñar la descripción de tipos humanos (labradores, pastores, lecheros, mujeres...) en el mercado de la plaza grande, prestando esta vez un interés especial a sus ropas y atuendos. Con “Las monjas” entramos de lleno en el tema fundamental del capítulo, donde el autor en la primera frase deja ver a las claras su posición abiertamente hostil al clero y la iglesia. “Ávila está infestada de monjas”, para después remachar “estas monjas son muy murmuradoras y ruines, y no piensan más que en el dinero”.
El párrafo que a mi juicio tiene mayor interés por su agudeza e ingenio es el que dedica al boticario que guarda y colecciona en frascos las lombrices solitarias de los prohombres de la ciudad, la más gorda era la del canónigo y la más flaca la del maestro, como se puede ver hay cosas que no cambian.
En la Ermita del Cristo de las embarazadas se recrea en el tremendismo de la imaginería castellana y el fervor milagrero, aunque donde se muestra más vitriólico y despiadado es en la descripción de la casa de Santa Teresa, pues entre otras lindezas, se refiere a las reliquias como “porquerías y piltrafas de ultratumba”.
Es difícil que el autor dejara pasar en esta ocasión uno de sus temas y ambientes favoritos, en este caso se trata de la terrible descripción de los pobres y mendigos que forman cola en los muros del convento de Santo Tomás para comer el cocido. “la nariz y la boca comidas de un cáncer, y se les ven los dientes al aire, enseñando media calavera”. En este buceo por el inframundo hará una parada también en los lupanares, con las prostitutas todas ellas con marcas en la cara que dejan las navajas de los chulos o la enfermedad. El periplo abulense de Solana termina con una visita a las murallas que “pegadas al cielo, dan un aspecto de aparición a esta ciudad” y recalando en una iglesia en la que se congrega toda la beatería de Ávila con sus tipos característicos durante la letanía del cura: viejas llenas de reuma; las viudas, brujas beatas que “piensan en casarse a los sesenta años, después de haber enterrado a varios maridos”; las damas catequistas, “tienen estos marimachos tipos de sargentos y cabo de gastadores” y la cobradora de las sillas.
Solana en su recorrido por Ávila da un repaso a muchos de sus temas y personajes preferidos, aunque, sin duda, domina la cuestión religiosa (santos, beatas, curas, iglesias, monjas, cofrades, etc.) demostrando la fuerza del símbolo confesional que tuvo la ciudad como reserva espiritual de la España incivil y carpetovetónica.

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