BLOG LITERIO DE MARIO PÉREZ ANTOLÍN







sábado, 29 de septiembre de 2007

LOS TOPILLOS DEL VERANO

En la cartera del Consejero de Agricultura saliente iba un regalo envenenado para la Consejera entrante, que se ha convertido, por la incapacidad manifiesta de unos, y la constancia reivindicativa de otros, en la noticia del verano. Una noticia que, como las pegadizas canciones estivales, contenía un estribillo de lo más simple y certero. Los topillos fastidiaron el veraneo del Presidente Herrera. Lo que ni el propio Villalba había conseguido en sus embates más furibundos, lo consiguieron estos pequeños roedores. La culpa no es, sin duda, de los famélicos animales, que lo único que hacen es seguir sus instintos; ni de los ecologistas, que tan sólo pretenden preservar nuestros deteriorados ecosistemas; ni de los agricultores, que defienden sus producciones, sus rentas y los paisajes rurales tradicionales. Aquí, la única responsabilidad constatable es de quien no escuchó las voces de alarma de los sindicatos agrarios cuando la cosa aún no se había desmadrado. De quien no realiza una profunda labor de investigación y control de plagas. De quien promueve una campaña irresponsable de linchamiento contra los defensores de la naturaleza para sacudirse el muerte. De quien pone a parir al Gobierno central en todo y ahora llama a su puerta en busca de ayuda. De quien aprobó unas indemnizaciones ridículas cuando dilapida el presupuesto en otras medidas suntuarias o propagandísticas (se acuerdan de la Tizona de Silvia Clemente).
A estas alturas, uno no sabe que plaga es más dañina, si la de los topirratones o la de una clase política que a la hora de agarrarse al poder da muestra de una profesionalidad depredadora y parasitaria, pero a la hora de arreglar los problemas ciudadanos prefiere desviar la atención, mirar para otro lado, improvisar y, cuando ya no queda más remedio, porque se han puesto en evidencia, guiarse por el ensayo y error. Mientras tanto, eso sí, toca poner buena cara, llenar de retórica vacía las comparecencias públicas, y esperar a que escampe a ver si las heladas y el dinero del contribuyente consiguen lo que una administración tan perfeccionada no pudo ni paliar.
Alguien debiera tomar nota de que además de gestionar las ayudas de la PAC (¿por qué será que la eficacia se aplica siempre donde está el dinero?), una política agraria seria necesita, entre otras cosas que hoy brillan por su ausencia, una planificación coherente de las estructuras agrarias, una gestión eficaz de los sistemas integrados de control y eliminación de plagas, una integración de las medidas agroambientales en el desarrollo rural. En definitiva, mucho más que coger los fondos del FEOGA con una mano, para repartírselos a los agricultores con la otra como si fueran el aguinaldo que se agradece cada cuatro años en las elecciones autonómicas.

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