BLOG LITERIO DE MARIO PÉREZ ANTOLÍN







sábado, 29 de septiembre de 2007

ATRIO DE SAN ISIDRO

Los espacios, como las personas, están sujetos al dictamen inapelable del tiempo, cuyo precepto obliga a que todo cambie y nada permanezca. Empeñarse en conservar cualquier realidad al margen de las influencias del entorno es desatino y un vano empeño abocado, en el mejor de los casos, a la exposición fosilizada de caricaturas extrañas. Hay lugares que, como las personas, pueden morir de éxito. Tienen todos los elementos para alzarse con la gloria del paisaje urbano, pero sin embargo, por no se sabe que infausta combinación de circunstancias, desaprovechan su potencial, durmiendo el sueño letárgico de los rincones malhadados.
Este atrio de una iglesia secuestrada ha visto sucederse usos y funciones de lo más variopinto a lo largo de su ya vetusta historia. Seguramente algunos no le han hecho justicia, otros han sido un vulgar remedo de pasadas glorias, y ninguno, en su época más reciente, ha sabido aprovechar como es debido esta terraza a los pies de la muralla y en los márgenes del río.
No hay nada peor que los gestores políticos indecisos y de romas ideas, más interesados en el exhibicionismo mediático que en la elaboración y aplicación de proyectos útiles y bellos que satisfagan a los ciudadanos. Cuando todo parecía indicar, después del necesario traslado del mercadillo, que por fin podría salir de la degradación un ámbito que, adecuadamente remodelado, ofreciera la síntesis armónica entre la naturaleza y el patrimonio, descubrimos que no pasa de ser un solar deteriorado para el estacionamiento irregular de vehículos.
Qué lejos aquel fugaz momento de esplendor en el que nuestro atrio se convirtió en el escenario apropiado donde los tenores y las sopranos cantaban sus arias durante las apacibles noches del verano abulense. Fue una iniciativa en la buena dirección que quedó truncada porque los que debían no estuvieron al nivel exigido, y dejaron pasar nuevamente una oportunidad que combinaba dos requisitos imprescindibles en este caso; puesta en valor del conjunto, y promoción turística y artística de la ciudad. A veces nos aventuramos en arriesgadas intervenciones, no exentas de riego y de polémica, que precisan onerosos presupuestos, y desaprovechamos recursos de fácil implementación que con sólo interpretar su dinámica y su estética consiguen convertirse en referentes simbólicos con una enorme capacidad de atracción. En el caso que nos ocupa, cualquier iniciativa, ampliamente reflexionada y consensuada, debiera contemplar la posibilidad de la restitución a su ubicación originaria de un monumento en su día amortizado, y que hoy sufre la desidia y el abandono de una administración incompetente en El Retiro de Madrid.
Una vez más, nos encontramos ante la disyuntiva de aceptar sumisamente la postergación de los legítimos intereses de Ávila o pelear por lo nuestro aunque ello suponga sacar los colores a los que forman parte del mismo partido político. El amor por Ávila no se supone, se demuestra.

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