BLOG LITERIO DE MARIO PÉREZ ANTOLÍN







domingo, 30 de septiembre de 2007

EL AGUA Y LA PIEDRA

Las Administraciones Públicas, más allá del partido que las dirija, deben dar ejemplo de buena gestión, anteponiendo la cooperación sinérgica al enfrentamiento estéril. De no ser así, somos los ciudadanos los que pagamos las consecuencias de la parálisis y el mal gobierno. Ellos representan una mala comedia de enredos políticos, y nosotros bostezamos y sufrimos en el patio de butacas sin más consuelo que un abucheo entre actos; además, sus insidias y puyazos de poco valen, pues no sólo son contumaces en el error, sino que comparten muchas veces los mismos despropósitos como siameses mal avenidos.
El último burladero que han encontrado para justificar lo injustificable es el incumplimiento de contrato, dicen ellos, por parte de las empresas que licitan obras públicas. Por mor de estos reiterados traspiés sufrimos inadmisibles retrasos en la inauguración de proyectos vitales para nuestro desarrollo, que nos ponen en una situación de desventaja con respecto a otras ciudades con líderes menos obtusos.
La recuperación del margen derecho del río Adaja debería estar concluida hace un año según los plazos previstos, pero, a pesar del dinero invertido, esta zona de ribera de altísimo valor ecológico sigue su imparable proceso de degradación asfixiada por el cemento de la especulación inmobiliaria. El Prado de Ávila pronto entrará en el libro de los records Guiness. A estas altura los abulenses debiéramos estar disfrutando de las magníficas colecciones de la primera pinacoteca del país, y sin embargo asistimos perplejos a un culebrón por entregas donde cada día que pasa es más difícil desentrañar la madeja burocrática que amenaza con postergar sine die el que debería ser uno de los recursos turísticos y culturales con más futuro de España.
Mientras los unos siguen tirándose los trastos a la cabeza de los otros, sin solucionar los problemas que en realidad preocupan a los hombres y mujeres de Ávila, para sacar alguna tajada en el circo de la permanente impostura política, el río sigue deslizando sus mansas aguas indiferente a la gresca y al tumulto mediático, sabedor que las obras humanas, por útiles y necesarias que sean, no dejan de ser una imperfecta adaptación del orden natural de las cosas que, más temprano que tarde, acabarán sepultadas por el sedimento del tiempo. Algo parecido le ocurre al Palacio de los Águila, testigo privilegiado de los avatares de una villa que se resiste a languidecer y que, sin perder los vestigios de su pasado, quiere protagonizar los cambios que la sitúen en la senda del futuro prometedor. El agua y la piedra son el símbolo de la permanencia frente a la contingencia de la arrogancia humana, cuando ésta además viene acompañada por la sinrazón, cualquier intento bienintencionado se convierte en un acto fallido y esperemos que reversible.

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