BLOG LITERIO DE MARIO PÉREZ ANTOLÍN







domingo, 6 de abril de 2008

CHOZOS Y SEQUEROS

Aunque tarde y sin el empuje que esto requiere, ya era hora que alguien demostrara cierto interés por el patrimonio etnográfico de nuestra provincia. Parece que habíamos olvidado que, muchas veces, junto a los campos de golf, a las nuevas urbanizaciones y a los conjuntos monumentales, aún persisten antiguas construcciones modestas que dan testimonio de formas de trabajar o festejar hogaño caídas en desuso, pero que antaño formaban parte de la rutina diaria.
El patrimonio disperso de nuestro medio rural requiere actuaciones urgentes que de forma integral recuperen y conserven el caserío tradicional, los vestigios etnográficos, las ermitas e iglesias en estado de ruina, los castros y otros muchos yacimientos arqueológicos. Las administraciones competentes debieran diseñar un plan de choque que frene su deterioro e incluso su pérdida. Esto pasa en primer lugar por catalogar, de forma urgente, las innumerables muestras de arquitectura popular en las zonas rurales.
El patrimonio etnológico posee dentro de la cultura una importancia capital que se deriva de su significado. El aspecto que quizás más interesa es que supone la base sobre la que se construye, a través de la historia y de las experiencias colectivas, la identidad cultural de los pueblos. El testimonio más patente de ello es la pervivencia de determinados referentes culturales en la memoria colectiva de las gentes y la continuidad en la práctica de determinadas actividades y costumbres que nos han sido transmitidas por nuestros antepasados. Debe ser una prioridad dentro del desarrollo rural, como fomento de la autoestima, como recurso pedagógico y como potencial endógeno, la implementación de líneas de actuación que tengan muy en cuenta la cultura del trabajo y los saberes tradicionales, la artesanía, la gastronomía, la literatura oral y las fiestas ancestrales.
Dos ejemplos de este acerbo inmemorial son los chozos de Navalosa y los sequeros de Candeleda. El surgimiento de los asentamientos en chozos o tinadas responde a una cultura pastoril unida a la construcción de edificios en los que albergar el ganado y a la vez, en muchos casos, dar cobijo a los pastores. Su agrupamiento cumplía un principio antiquísimo de solidaridad, facilitando el cuidado de los animales cuando alguno de los propietarios no podía atender su ganado, también la preparación de “boyadas” cuando se realizaban los turnos y la protección de las reses ante la presencia de depredadores.
Los sequeros, por otro lado, son las construcciones más representativas del campo candeledano, lugar donde, además de secar el pimiento para elaborar el pimentón, muchos vecinos del pueblo pasaban buena parte del verano, convirtiéndose en una suerte de segunda residencia precaria. Las familias se trasladaban al sequero con sus animales y enseres, en donde vivían sin luz eléctrica ni ventilación, pero en plena comunión con la naturaleza.
Estos son sólo dos ejemplos de lo mucho que aún tenemos que proteger y preservar, de momento las iniciativas tomadas, aunque voluntaristas e incompletas, deben contar con nuestro respaldo para que cunda el ejemplo.

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