Los juncos encarcelan la obstinada corriente
del río ajeno al cielo purísimo que copia
su filigrana de líquida cinta
capaz de enroscarse en los tolmos de granito,
y depositar sus huevos calizos
en las terrazas fluviales.
Me acompaña, hace tiempo, su dialecto,
en el que los fonemas recuperan historias
de ahogados y molienda de trigo.
Aceptará siempre, como aportación al caudal,
el torrente sanguíneo que nace en los veneros
de mis pupilas acuáticas
y desemboca en el delta
de su cristalina aniquilación.
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