No me importaría creer
si Dios fuera más amable,
menos mayestático.
Me conformo con que
no me arroje al infierno,
ni fulmine con un rayo a los herejes
(es que soy un poco heterodoxo, ¿saben?).
El Dios que yo quisiera
no se tomaría las cosas
tan en serio:
aceptaría la crítica,
le aburriría ser el único
en el firmamento,
y seguro que mandaba al paro,
sin indemnización,
a sus representantes terrestres.
Con un Dios así, incluso los ateos
creeríamos en Dios.
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